Tímido Testigo
Se abre la puerta del café, entra un hombre con un abrigo largo, parecido a esos que se ocupan en las películas de detectives y mafiosos. Lleva un libro en la mano, creo que es la Biblia, no lo sé. Se sienta en la barra y pide un cortado grande. Al mirar a su derecha la ve, una mujer espectacular de piernas largas, buen cuerpo, finas curvas y hombros pequeños. Su pelo negro, oscuro y brillante a la vez, desciende agraciadamente desde su cabeza hasta la parte baja de los omóplatos. Su nariz, ni respingada ni achatada, absorbe el aroma de su café árabe mientras sus ojos azules vagan en la infinidad del pensamiento. Sus delicados labios balbucean una poesía, quizás canción. Yo la veo desde mi mesa, me encantaría ir a hablarle, pero mi timidez me lo impide. El hombre de abrigo largo la mira hasta que ella le devuelve la mirada, le pregunta si se puede sentar a su lado, a lo que ella accede con fingida indiferencia. Los oigo hablar de todo; religión, política, cultura, trivialidades, chistes, incluso creo que pronuncian la palabra “amor”. Están tan a gusto, que pareciera que se conocen desde hace mucho tiempo. Me pongo a pensar que ese hombre podría haber sido yo y maldigo mi timidez. Poco después él se para y paga las dos cuentas, le ofrece el brazo a la mujer y se van juntos en un mismo taxi.
Yo me quedo un rato más en el café, solo, quizás esperando que vuelvan o, mejor dicho, que vuelva ella sola. Me convenzo a mí mismo de que eso no va a pasar y me propongo emprender el regreso a mi solitaria vida, cuando se abre la puerta del café. Es ella, mi mujer espectacular de pelo negro y ojos azules. Trae puesto un abrigo largo, parecido a esos que se ocupan en las películas de detectives y mafiosos. Lleva un libro en la mano, creo que es la Biblia, no lo sé. Se sienta en la barra y pide un café árabe. Me acerco a ella para conversarle, esta vez no voy a ser tímido, voy a aprovechar mi oportunidad, de pronto su cartera se abre un poco y veo que dentro de ella hay un cuchillo ensangrentado. Me paro a su lado en la barra, pago mi cuenta y me voy a casa dándole las gracias a mi timidez…
Anticronico.

